Una reflexión íntima sobre la fe, el paso del tiempo y ese enemigo invisible que se instala sin pedir permiso: la soledad no deseada, el jinete que no aparece en las Escrituras pero marca nuestras vidas con más fuerza que guerra, hambre o pestilencia.
Por Fernando Codina
HoyLunes – Nunca he sido especialmente religioso, fui educado en una familia que según uno de mis mejores amigos es un “nido de comunistas, socialistas y masones”, además fui a un colegio laico, aunque creo recordar que había algunas horas de religión que eran opcionales durante un par de años y mis padres me apuntaron. En cuanto a la primera comunión, la realicé de puro milagro después de seguir un curso acelerado poco antes de cumplir los catorce años, y mi hermana con doce.
Siempre he sido una persona muy inquieta, pero mis andanzas y mi adolescencia un tanto tormentosa no me llevaron precisamente por el lado de la religión, sino por el de la experimentación, alguna que otra borrachera, uno o dos tímidos besos robados, cambiar la hora de ir a misa por hacer el salvaje en el descampado con un grupo de amigos, y las dosis habituales de onanismo y de deseos no realizados. Con el tiempo me ido moderando en todos los aspectos, hace más de veinte años que no fumo y unos treinta de mi última borrachera, pero eso tampoco importa demasiado para hablaros del quinto jinete.
Nunca he leído la Biblia, ni el antiguo ni el nuevo testamento, aunque me gustan mucho las pelis religiosas tradicionales como “La túnica sagrada”, “Quo vadis” o “Barrabás”. Sin embargo, una de mis mas recientes y satisfactorias lecturas ha sido “El loco de Dios en el fin del mundo”, que narra un viaje apasionante del Papa Francisco a las tierras de los tártaros, donde hay tan solo mil quinientos fieles, escrito por un insuperable Javier Cercás. De paso conoces su entorno, sus ayudantes, un poco el entramado del Vaticano, y un conjunto de cosas que le dan un carácter mucho más humano a quien fuera un papa excepcional.

No suelo ir a misa, pero es cierto que entro en las iglesias cuando no hay ninguna ceremonia, y me gusta sentarme en los bancos del fondo, sumido en la penumbra si es posible, y pensar, reflexionando sobre aquellas cosas que me preocupan. Y no puedo evitar recordar el escándalo de una misa del gallo en la que el oficiante estaba completamente borracho y tambaleante. Hace un par de meses fuimos a otra misa, la primera en años, en homenaje de una vecina de nuestro edificio, y al ser ella francesa se dijo en la parroquia de San Luis de los Franceses. Una ceremonia elegante, bien preparada, en dos idiomas… Quizás vuelva un día de estos.
Hasta ahora, poco menos que he trazado la imagen de un hereje, que sin embargo de vez en cuando es cristiano. No sería lo más exacto, sí creo que hay un más allá, que existe el karma, la reencarnación, y el infierno, salvo que este se encuentra aquí, en la tierra. Basta con poner el telediario para darse cuenta de esto.
Pero llevo varios días pensando en el Apocalipsis: tengo que ver de nuevo la saga de “La Profecía”, se acerca la navidad, me pilla el toro y no quiero mezclarla con Harry Potter, que veo todos los años. Y creo que las escrituras, desde un punto de vista humano, están equivocadas en ese aspecto.
Os dejo con un fragmento de la Wikipedia, y luego sigo hablando del quinto jinete.
“En la revelación de Juan de Patmos, el primer jinete monta un caballo blanco, lleva un arco y recibe una corona como figura de conquista, tal vez invocando pestilencia, o al Anticristo. El segundo lleva una espada y monta un caballo rojo como creador de la guerra, el conflicto y la lucha. El tercero, un comerciante de alimentos, monta un caballo negro en símbolo de hambruna y lleva la balanza. El cuarto y último caballo es pálido, lo monta Muerte, junto a Hades. Se les dio autoridad sobre la cuarta parte de la Tierra, para matar con espada, hambre y peste, y por medio de las bestias de la Tierra”.
Menudos amigos, ¿verdad? Es inevitable pensar en los Jinetes Oscuros de El Señor de los Anillos. Pero a lo que vamos, el infierno ya está en la tierra, y vivimos en él. Conquistas y pestilencia, conflicto y lucha, hambruna, muerte: de todo eso tenemos nuestra dosis diaria en los telediarios, aunque procuramos no hacerle demasiado caso a toda noticia que nos saque de nuestra pequeña dosis de paraíso. Naciones en guerra tenemos por todas partes, y quizás sea el propio Anticristo quien en este momento haya alcanzado el poder en Estados Unidos, es algo que veremos con el tiempo.

Sin embargo, aunque vivamos en un planeta donde el mal y el sufrimiento existe, depende de cada uno de nosotros, en nuestro círculo de actuación, el comportarnos mejor o peor, el ser buenos o malos, porque esa es la única libertad que tenemos, la de elección. Los cuatro jinetes nos atacan y nos rodean, pero como en esas pelis clásicas de John Ford, siempre puede aparecer un poderoso John Wayne para salvar la caravana, rodeada por los indios. Hace un par de noches vimos de nuevo “El Álamo”, me sentó fatal verle morir, los actores como él no deberían morir ni siquiera en escena. Nunca.
Pero a lo que vamos. Al margen de esos cuatro jinetes que ya conocemos (el “Apocalipsis de San Juan” es una lectura de lo más interesante), existe un quinto jinete, que realmente es el único que me preocupa, y contra el que llevo luchando buena parte de mi vida. Se apodera de ti, te ataca cuando menos te lo esperas, y hace que ya nada tenga sentido.
Y me refiero a la soledad no deseada. A medida que te vas haciendo mayor, disminuye tu capacidad de hacer nuevos amigos, y encima vas perdiendo aquellos que tenías antes. Porque es muy difícil encontrar un amigo de verdad, fiel, amable, cariñoso, fuerte, que tenga la empatía suficiente para saber que te encuentras mal tan solo con un par de palabras o valorando tus silencios.

En una sociedad cada vez más envejecida, y según un estudio que leí hace unos días en “El País”, la soledad se ha convertido en uno de los principales problemas de nuestros mayores, sobre todo después de la jubilación. Los días vacíos en una casa desierta. Las horas que no pasan. La tele puesta de fondo para que se oiga otra cosa que el atronador silencio. Decenas de horas sin pronunciar una sola palabra. Bajas a comprar el pan o un filete al mercado solamente para hablar con otro ser humano. Te apuntas si puedes a las actividades de un centro de mayores para tener compañía. Pero, ¿y cuando tienes una enfermedad degenerativa o la movilidad limitada, qué haces? ¿Si te fallan las piernas y vives en un bloque sin ascensor? ¿O cuando estás perdiendo tus capacidades mentales?
Yo tengo suerte, he logrado crear un pequeño grupo de amigos virtuales y reales, de momento me encuentro bien de salud, no me falta gente para intercambiar mensajes o ir a tomar un café, y luego están los grandes escapes que representan la literatura, el cine, la escritura, los conciertos, las exposiciones, o una de esas tardes que se prolongan en el Vips con un par de batidos de chocolate con nata o un café con leche…
Pero sigo teniendo ese miedo metido en el cuerpo, a que las cosas cambien, mi salud empeore, y entonces me alcance, de lleno, ese quinto jinete…
La Soledad…

#hoylunes,#fernando_codina,
